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Resumen

En este paseo por el parque, recordaremos cómo se construyó "la casa de Cristina" y descubriremos algunos de sus rincones más especiales. El parque Cristina Enea esconde tras él una hermosa historia protagonizada por sus antiguos dueños Fermín y Cristina, Duque de Mandas. Este influyente matrimonio formó parte de la burguesía donostiarra de finales del siglo XIX, y Cristina Enea su querida finca de veraneo, se convirtió en una de las más admiradas y visitadas por su diseño y riqueza paisajística.

  • Distancia: 3 kilómetros
  • Paradas: 9
  • Tiempo: 1,5 horas
Parque Cristina Enea
Parque Cristina Enea
Parque Cristina Enea
 
Parque Cristina Enea
 

Ruta

A continuación, te proponemos una ruta autoguiada diseñada por Cristina Enea Fundazioa, con la que podrás descubrir los rincones más emblemáticos del parque y conocer su historia.

1. Donostia a finales del siglo XIX

Ahora mismo estáis entrando en el fruto de un sueño. El sueño de un matrimonio de finales del siglo XIX: Cristina Enea; la casa de Cristina.

Esta finca en la que estamos se encuentra en una pequeña colina creada por el último meandro del río Urumea. En la actualidad tiene casi 95,000 metros cuadrados y es el parque más extenso del centro de Donostia.

Esta finca tiene su origen en la segunda mitad del siglo XIX. Es una época de grandes cambios para nuestra ciudad. En 1863 se aprueba el derribo de las murallas que rodeaban lo que ahora conocemos como la Parte Vieja. Esto permitió que la ciudad pudiera expandirse, crear sus ordenados ensanches y empezar a construir su nuevo carácter como ciudad moderna y capital de la provincia de Gipuzkoa.

La Reina Regente María Cristina, viuda del Rey Alfonso XII, elige Donostia como su lugar de veraneo, trasladándose aquí para disfrutar de las aguas del Cantábrico y del clima más suave que el del centro del país. Junto a ella, llega toda la corte y el gobierno y como consecuencia se empiezan a construir grandes avenidas, casas señoriales y edificios majestuosos dignos de la aristocracia y la alta burguesía de la época. También se crean casinos, teatros, hoteles, casas de baños... que hacen que San Sebastián se convierta en una ciudad elegante y cosmopolita, muy en la línea de las modernas ciudades europeas de cambio de siglo. El pensamiento, la filosofía y las corrientes artísticas de esta época, a caballo entre el siglo XIX y el XX, ensalzaba el sentimiento frente a la razón, la presencia de la naturaleza, las corrientes higienistas, la belleza del estilo clásico... y todo ello tuvo su influencia en la arquitectura, el paisajismo y el urbanismo de Donostia.

"Tomar las aguas del mar" era saludable. No era ir a la playa como hacemos hoy en día. Era más una cuestión de salud y terapia sanitaria que de ocio. Por ello, ir a la costa a pasar el verano, fue una tendencia de aquellas capas sociales que se lo podían permitir por trabajo y por poderío económico. En este contexto, también se empiezan a construir en nuestra ciudad fincas y palacetes de campo, de veraneo, que adquirían formas acordes al gusto de la época: palacios rústicos, pintorescos... rodeados de parques y jardines exuberantes, elegantes y exóticos, intentando reproducir una naturaleza ideal. Y entre ellos, destaca Cristina Enea, una finca de estilo pintoresco creada por los Duques de Mandas en la que pudieron dar rienda suelta a sus gustos más románticos.

Continúa caminando por el parque hasta llegar al campo de coníferas.

2. El campo de coníferas

Ubicación del Campo de coníferas

Audioguía: Campo de coníferas

En estos amplios jardines, junto a especies autóctonas, podemos encontrar árboles de extraordinario porte y belleza, procedentes de los cinco continentes. Algunos de ellos los hayamos en esta pradera que tenemos aquí.

Es uno de los rincones más hermosos del parque, donde podemos ver un Cedro del Líbano, un Ciprés de Lawson o diferentes tipos de secuoyas.

Hoy en día está muy extendido el uso ornamental de plantas de otros países, pero en la segunda mitad del siglo XIX, época en la que se creó Cristina Enea, era algo excepcional el poder disfrutar de especies de lugares exóticos.

Los Duques de Mandas quisieron traer a Cristina Enea plantas de todo el mundo que solo se podían conocer tras viajes de miles de kilómetros. Esta práctica, demostraba su poderío económico, pues no era ni fácil ni barato conseguir especies que no fueran autóctonas.

El enorme árbol que preside esta pradera es un cedro del Líbano y es uno de los más antiguos de Cristina Enea. También es uno de los más grandes, ya que mide unos 30 metros de alto.

Este cedro ha perdido la forma característica de cono de los cedros del Líbano, lo que indica que ha llegado a su altura máxima y que ya ha dejado de crecer. Sus hojas, en forma de aguja, tienen un color variable, desde el verde oscuro al verde azulado. Sus frutos tienen una característica forma de tonel y están formados por escamas aplanadas de margen purpúreo y frecuentemente resinosas.

Debido a la calidad de su madera, fuerte y duradera, los bosques de cedro del Líbano han sido explotados desde la antigüedad. Ya los egipcios usaban su madera para sus grandes construcciones y el aceite de sus hojas para embalsamar momias. Es el árbol nacional del Líbano, en Oriente Próximo, y su silueta figura en la bandera de este país.

3. Las charcas

Ubicación de las charcas

Audioguía: las charcas

Este rincón en el que nos encontramos es uno de los lugares más singulares y mágicos del parque y también uno de los más desconocidos.

Se trata de un conjunto de pequeñas charcas artificiales que se construyeron imitando a las naturales. Su fondo está impermeabilizado con materiales biológicos y el aporte de agua que reciben es agua de lluvia recogida en el propio parque. Estos hábitats de agua dulce son muy importantes para que los anfibios puedan completar su ciclo vital y además ofrecen agua al resto de animales del parque. En la pequeña selva oculta que rodea las charcas, podemos encontrar el arce japonés, con sus hojas en forma de estrella, que adquieren un hermoso color rojo en otoño. También podemos ver la Alocasia, una planta siempre verde, también conocida como "oreja de elefante" ya que su principal característica son sus grandes hojas en forma de flecha que quizá se parezcan a las orejas de un elefante.

En esta zona se reproducen los anfibios del parque; como el sapo común, la rana bermeja y el sapo partero común. Debido a la desaparición de los humedales, los anfibios son los vertebrados que más rápidamente se están extinguiendo en el mundo. Por eso, el mantenimiento de este hábitat adquiere mayor importancia.

Un dato curioso: el sapo partero macho que podemos encontrar en Cristina Enea, transporta los huevos fecundados entre sus patas traseras durante un mes, desde de la puesta hasta su eclosión. Este es un comportamiento atípico y fascinante en el reino animal, los machos haciéndose cargo de los huevos fecundados, sus hijos e hijas.

Continúa caminando por el parque. En cualquier rincón podrás encontrar alguna curiosidad.

4. El estanque

Ubicación del estanque

Audioguía: del estanque

Esta zona de Cristina Enea es seguramente la más conocida del parque. Desde luego, es la más visitada y es por donde se mueven los patos, cisnes y pavos reales que habitan de forma estable Cristina Enea.

Los pavos reales son unas aves que se caracterizan por su gran cola y llamativo colorido. Pero hay que saber que ni todos tienen esas famosas colas, ni siempre están tan guapos. Esos colores vivos con los que los identificamos no son sino el traje de gala de los machos para el cortejo. Es en primavera cuando les crece su majestuosa cola, que abren para llamar y atraer a las hembras y lucir esos colores vivos y azulados. Pero a mediados de verano se les empiezan a caer las largas plumas de la cola que, desaparece completamente hasta el año siguiente. Las hembras, en cambio, tienen un plumaje más discreto, marrón parduzco, lo que les ayuda a camuflarse, aspecto muy útil durante la época de cría.

Además de los pavos reales, en Cristina Enea también hay animales más discretos y menos glamourosos, pero no por ello menos interesantes, ya que contribuyen al aumento de la biodiversidad del parque. Uno de ellos es el Ciervo volador, el escarabajo más grande de Europa. Este escarabajo, que puede llegar a medir 9 centímetros, necesita árboles viejos para vivir, ya que las hembras ponen huevos debajo de su corteza. En Cristina Enea sabemos que utilizan los viejos robles del parque. Los machos son más grandes que las hembras y poseen las mandíbulas mucho más desarrolladas, lo cual es muy útil para la lucha.

Éstas tienen una forma que recuerda los cuernos de un ciervo, de ahí el nombre común de este insecto.

Si continúas por el camino que discurre por la zona inferior del estanque, encontrarás las cocinas y la capilla. Continúa hasta allí, y continuaremos conociendo mejor los rincones del parque.

5. Los Duques de Mandas

En 1832 nació en San Sebastián don Fermín de Lasala y Collado. Su padre, Fermín Lasala Urbieta, fue alcalde de esta ciudad y uno de los impulsores de la reconstrucción y resurgimiento de Donostia tras la quema y destrucción de 1813, al final de la Guerra de la Independencia. Llegó a tener gran influencia política tanto en la provincia como en Madrid, aspecto que allanó el camino político a su hijo.

Su madre, Rita Collado y Parada, pertenecía a una de las familias más ricas de la ciudad, grandes empresarios marítimos y comerciantes de origen santanderino.

El futuro duque de Mandas, nuestro Fermín de Lasala y Collado, fue hijo único y heredó de su padre y de su madre una gran fortuna y una amplia red de contactos, lo que le permitió ascender hasta las capas más altas de la sociedad de la época. Llegó a ser diputado a Cortes en Madrid, Diputado General de Gipuzkoa, ministro de varias carteras y embajador en París y en Londres en diferentes periodos. Lo llegó a ser todo en la esfera política de la época, con acceso directo tanto a la Reina María Cristina como al Rey Alfonso XIII, y estuvo muy unido al que fuera presidente del gobierno Cánovas del Castillo.

En Madrid conoció a María Cristina Fernanda Brunetti y Gayoso de los Cobos. Era hija de Lázaro Brunetti, embajador del Imperio Austríaco en Madrid, y de María Josefa Gayoso y Téllez Girón, hija de una de las familias aristócratas más importantes de la época. Fue su tío, el poderoso Duque de Osuna, el que le dejó en herencia el título de duquesa de Mandas cuando falleció. De ella no se sabe demasiado, pero lo que sí hizo fue formar parte del grupo que fundó la Real Sociedad Española de Historia Natural, hecho que nos habla de su carácter y de su inquietud por el conocimiento de la naturaleza. De sus 26 socios fundadores, sólo 3 eran mujeres, Cristina Brunetti entre ellas.

En 1859, Fermín y Cristina contrajeron matrimonio en Madrid. Era la unión perfecta entre el perfecto político burgués y la perfecta aristócrata. Él aportaba su influencia política y ella el título aristocrático. Nada más casarse pusieron rumbo a la ciudad natal de él, San Sebastián, para empezar su nueva vida y unirse a la costumbre de construirse una finca en la ciudad de veraneo de la corte.

6. La finca Cristina Enea

Los duques de Mandas eligieron unos terrenos en el último meandro del Urumea, en lo que eran las afueras de la ciudad. Los primeros terrenos que compraron pertenecían a la finca Mundaiz, y luego le siguieron caseríos, huertas y un molino de marea junto al río. Una buena cantidad de dinero comprando todo ello hizo que la finca tuviera el tamaño perfecto para construir su propio paraíso en la tierra. Según iban adquiriendo las parcelas, la finca se iba diseñando al gusto de la época y del matrimonio. Caminos, bosquetes, árboles, el estanque... era lo primero que se diseñaba y construía, antes incluso que el palacio o los edificios de servicio. Para ello, contrataron a afamados arquitectos y paisajistas de la época, de lo mejor del momento, como el jardinero Lecour, el paisajista parisino Georges Aumont o el famosísimo jardinero Pierre Ducasse.

El edificio principal del parque, el palacio, fue diseñado por José Clemente de Osinalde, un gran arquitecto y persona de confianza del duque. En un principio constaba solamente de planta baja y buhardilla, pero al tiempo se le añadió una segunda planta y un cuerpo extra en uno de los laterales hasta adquirir el aspecto actual.

Es en este palacete de estilo pintoresco donde los duques instalaron su residencia de verano y por el que pasaron grandes personalidades políticas, militares y religiosas de la época. La querida finca de los duques de Mandas, Cristina Enea, se convirtió en una de las más admiradas y visitadas por su extensión, diseño y riqueza paisajística.

El antiguo palacio actualmente alberga el Centro de Recursos Medio Ambientales de Cristina Enea, donde podemos encontrar salas de exposiciones y un centro de documentación. También es la sede de la Fundación que lleva su nombre, que trabaja en la sensibilización y educación ambiental.

7. Las cocinas y la capilla

Al poco tiempo de construir el palacete, se construyó un nuevo edificio separado del principal. Aquí es donde se instalaron las cocinas. Era bastante común que hubiera incendios en las cocinas, por lo que para que no se quemara el edificio principal, el trasladarlas a otro edificio, era la mejor opción.

Lo curioso es que para llevar la comida al comedor de palacio, se construyó un pasadizo subterráneo, que conectaba ambos edificios. Así, no había porqué pasear la comida por la finca.

Un poco más tarde, al edificio de las cocinas se le añadió una pequeña capilla en la que los duques podían escuchar misa sin salir de su finca. Los duques disfrutaron de Cristina Enea todo el tiempo que pudieron. Las obligaciones políticas de Fermín en Madrid, Londres o París, hicieron que estuviera separado de Cristina durante largos periodos. Ella también se movía por el país a sus diferentes fincas o palacios, por lo que la comunicación entre ambos se dificultaba.

Pero es aquí donde vemos de nuevo la astucia de Fermín.

Fermín impulsó la llegada del ferrocarril a Francia por Donostia y que la estación estuviera junto a sus terrenos. Su ojo estratégico posibilitó que tuvieran la estación de la principal vía de comunicación de la época prácticamente a la entrada de su finca.

El correo llegaba en tren de Madrid o París todos los días a San Sebastián, por lo que el matrimonio llegó a tener correspondencia diaria durante las épocas en las que estuvieron separados. Se conservan las cartas que Cristina recibía de Fermín desde allí donde estuviera, y en ellas se puede hacer el seguimiento de las obras de Cristina Enea, del amor que se profesaba el matrimonio y del gran cariño que tenían a Cristina Enea.

8. Herencia de los Duques

Cristina Brunetti y Gayoso de los Cobos falleció en Cristina Enea en 1914 a los 83 años. Su marido, Fermín Lasala y Collado, le sobrevivió tres años más, pues falleció en Madrid en 1917 a los 85. Este matrimonio no tuvo descendencia, por lo que no tenían nadie directo a quien legar sus posesiones. Los duques de Mandas decidieron dejar en herencia a Gipuzkoa y su querida Donostia aquello que fueron construyendo durante su vida.

La finca Cristina Enea fue legada a la ciudad de Donostia, para, como dicta el testamento: "dotarla de un parque de paseo". Durante un tiempo la podrían utilizar hermanos y sobrinos de los duques en usufructo, pero al poco, éstos decidieron dejar de utilizar la finca y fue en 1926 cuando la ciudad tomó posesión efectiva de Cristina Enea.

Aun así, los duques dejaron por escrito un listado de exigencias para que la ciudad pudiese heredar el parque. Entre otras condiciones, pidieron que no se alterara jamás el nombre de Cristina Enea, que se debía cerrar todos los días al anochecer o que jamás se vendiera, arrendara o permutara ni una pulgada de terreno ni una teja de los edificios... Como curiosidad dejaron escrito que quedaba terminantemente prohibido que se jugara en el parque a juego alguno, sea la pelota, el football o la inmunda ruleta. Además de todo ello, Fermín pidió que se trasladara desde su palacio en Madrid el retrato de su querida esposa a Cristina Enea, y que fuera puesto en un lugar principal en el palacio. Así, Cristina siempre estaría en su casa, en Cristina Enea.

9. El Óvalo

Ubicación del Óvalo

Audioguía: el Óvalo

En esta explanada circular de la parte alta de la finca encontramos una escultura en homenaje a Gladys Del Estal. Gladys fue una joven de Egia, barrio donde se sitúa Cristina Enea, comprometida con el medio ambiente y que formaba parte del grupo ecologista y antinuclear del barrio. También estaba muy vinculada a Cristina Enea y aquí desarrollaba actividades en la naturaleza para jóvenes. Falleció en 1979 en Tudela por un disparo de la policía durante una protesta pacífica antinuclear. Tras su muerte, el barrio y la ciudad se echaron a la calle en una oleada de protestas en Euskadi y Navarra. En su honor se colocó esta escultura del artista Xabier Laka, formada por figuras femeninas de distinto tamaño en piedra caliza.

Justo en frente de la escultura, al otro lado del camino, podemos ver un gran árbol de corteza rugosa. Se trata del famoso Ginkgo biloba. Con sus curiosas hojas en forma de abanico, es la única especie que queda viva de una familia que pobló grandes regiones del planeta hace millones de años. Esta especie, campeona de resistencia, ha sobrevivido a algunas de las peores catástrofes en el planeta, desde el asteroide que acabó con los dinosaurios hace 65 millones de años, hasta el bombardeo atómico de Hiroshima. El Ginkgo biloba siempre resiste.

Como curiosidad cabe decir que esta especie presenta división sexual, es decir, algunos árboles son hembras y otros machos. Este ejemplar de Cristina Enea es hembra, y cada otoño da carnosos frutos de colores marrón amarillento, parecidos a ciruelas pequeñas. Estos frutos contienen ácido butírico, lo que les otorga un olor muy fuerte y desagradable.

Por eso la mayoría de ginkgos ornamentales que se plantan actualmente en calles y jardines suelen ser machos, para evitar este mal olor. En China su uso medicinal está muy extendido pues contribuye a mejorar la circulación sanguínea en el cerebro, especialmente para problemas de memoria, alivio de fatiga, depresión e incluso resacas.

Los duques quisieron un ginkgo en Cristina Enea, para lo cual tuvieron que hacer frente a una generosa factura. Esta era la especie que marcaba el estatus de una casa de campo y de la familia que la habitaba.